“ME SALVÓ DE UN LINDO GALLITO”
Tenía a su bebé en la espalda, un balde cargado de alimentos en cada mano, subió al ómnibus, se ubicó en uno de los asientos, Gabi a su costado y yo frente a ella, y partimos rumbo a la comunidad de Santiago.
Durante el trayecto la observé minuciosamente y en el instante confirmé que jamás podría borrar de mi memoria a aquella mujer ejemplar que siempre había estado a mi lado amándome y protegiéndome. Recuerdo claramente que tenía el rostro sombrío pero una sonrisa pintada en los labios, unos dedos ágiles pero maltratados por el trabajo diario; me miró fijamente como queriéndome decir: ¡pobre niña! Y al notar mi nerviosismo puso sus ásperas manos sobre mis tiernos hombritos y me hizo saber que nada pasaría y que todo estaba fríamente calculado; y sin darnos cuenta ya habíamos llegado al ramal de Matapuquio, nuestro destino, el carro paró y salí disparada, pues tenía ciertas cositas que hacer por allí y al pisar tierra firme expulsé todo el delicioso desayuno que había tomado, Gabi se reía de mí y al verla ella también hacia lo mismo ¡que asco! Zanahorias partidas, agua de color amarillento con espumitas blancas, el trigo mesclado con todo aquello ¡Guácala! ¡Maldición, para que miré!.. nuevamente estaba en ese plan …todavía puedo sentir ese pedazo de papa en mi garganta, tan gruesa y áspera, que salió después de media hora por los reducidos huequitos de mi añatada nariz, aquel acontecimiento no fue justificación para no ir carreta abajo, de vez en cuando se oía la queja de Gabi ¡Pesa esto! ¡No puedo! de repente me reía de ella que amargamente torcía la cara, sus ojos desorbitados me indicaban que era hora de escapar pues salía corriendo tras mío para según ella destriparme y aplastarme como una cucaracha en aquella tierra rojiza de arcilla.
Entre risa y risa llegamos a la casa que se encontraba polvorienta por el abandono, las malas hiervas se habían apoderado de la pequeña huerta cercada por una malla de fierro, mientras mamá la ordenaba nos fuimos a la casa de la vecina para visitar a unos amiguitos, fue cuando la voz de mi hermana advirtió la presencia de un lindo gallito, ¿gallito? Sí, era un hermoso gallo de pelea rojizo como el atardecer, un pico bien proporcionado, unas piernas tan gordas y unas patas tan inmensas que ya me la imaginaba nadando entre mis verduras, fue cuando la chiquilla de mi costado agitó las manos al viento despertando al lindo gallito…. Este se paró y alzó sus hermosas alas, y en posición de pelea se disponía a emitir una gran patada, era hora de poner en práctica lo que mamá me había enseñado, las técnicas de Yaqui Chan, así pude esquivar aquel mortal golpe,”Gabi digo uno, dos y tres y corremos…” pero al ver a mi costado esa niña había desaparecido me encontré sola frente a esa monstruosidad, ¡seria mi fin! Me dolería, lo único que quedaba era salir huyendo del lugar, corrí y corrí pero de nada sirvió porque tras mío desfilaba el lindo gallito; ¡que hago Dios! en aquel momento los maizales crujían y salió Gabi, por primera vez me daba mucho gusto verla, ¡ayúdame Gabi! Grité desesperadamente y con un gran palo en las manos estaba dispuesta a matar al enemigo, y doblando el cuerpo retrocedía al adversario entonces marchamos tras las curvas de Belén Pata, cuando echamos el ojo para atrás el lindo gallito seguía nuestros pasos. Me quedé lela, pasmada, estupefacta que más podría decir me quedé aterrada viendo aquella amenaza, mi corazón parecía escapar de mi pecho, las manos me sudaban y cuando creí que todo estaba perdido un rocón atravesó mis ojos ¡mamá! Era mamá que con un piedrón derribó al adversario dándonos el triunfo y un abrazo de consuelo pues una vez mas le debíamos la vida a ella.
