“DESPÍDEME MI NIÑO DE REYES”

“DESPÍDEME MI NIÑO DE REYES”
Nunca olvidaré aquella tarde fría y polvorienta de enero cuando partí rumbo a la ciudad de Ayacucho , mi corazón latía fuerte mientras San Jerónimo por esas fechas se vestía de gala para celebrar la gran Bajada de Reyes y acoger en su seno a los visitantes que llegaban de diversos puntos del país para bailar al son de los “negrillos”, los “mallquis” cargados de prendas y objetos multicolor, yacían sacudíos por el viento en aquellas ramas verdes del eucalipto de Cruz Pata , la gente hacia grandes círculos para observar las alucinantes acrobacias de los “carapintadas” de vez en cuando, la “vieja” o el “viejo” del grupo sembraba el pánico entre los chiquillos que los molestaban correteándoles con su gran bastón de palo, o se ponían a zapatear al lado de las Huaylillas que ya disponían a encantar con sus suaves movimientos.
Era notorio que todo Andahuaylas festejaba a su Niñito de Reyes, pero yo con la tristeza de dejar la tierra de mi infancia, la tierra de mi tranquila y difícil adolescencia, como iba a dejar el sabor de mi papa huayro y la canchita de maíz tostado que hacia mi madre cada mañana para acompañar el “opito” ¿Cómo se iba a sentir Andahuaylas al enterarse que su hija se marchaba par ya ni vivir entre la bulla de sus hermanos y el regaño de su madre?, los gritos matutinos retumbaban en mis oídos, cerré los ojos y apreté el puño muy fuerte y traté de seguir viviendo la fiesta.
Era cinco de enero si no me equivoco papá y mamá salieron bañaditos para visitar la casa de los carguyoq de tan despampanante tradición Andahuaylina, ahí estuvieron de alferados Doña Isabel y Don Marcial, nos invitaron chichita de “qora” en la entrada y puede sentir en ella el sabor a caña, pasó tan amaga por mi garganta, tan amarga como la pena que llevaba conmigo auque no daba el gusto de que se me notara, porque si hubiera sido así de seguro mis hermanos se burlaban de mí. Cosa que evité.
Al entrar en aquella casa, pude ver gente de diversas edades, niños y niñas del barrio correteaban gritando y saltando dentro del ramara, recinto rústico que se construye a base de palos y ramas de arboles, que se había preparado para los bailes respectivos, al fondo se observaba una grupo de lindas llamas con pequeñas banderitas del Perú en su lomos y cintas adornando sus medianas orejas paradas, por ahí don Sergio “danzante de negrillos” las arrinconaba para que no se asustaran de la gente que las rodeaba, yo tenía en manos a mi pequeño hermano Renato, este con sus ocho años , que al ver al ”viejo” que se nos acercaba como pulga escapa de las manos del hombre para no ser aplastada con un brinco se dio a la fuga, y claro yo también corrí tras él pues nunca superé el miedo a esos enmascarados, por un rato olvidé mi viaje del día siguiente, olvidé que me alejaría de mi valle del Chumbao. La respiración se me aceleró, llegué agitada al lado de mi madre quien degustaba de un exquisito Chairo al estilo de mi tierra: un pedazo de pansa, el chuño, las habas, el mote pelado, uhmmmmm… ese toquecito como no recordarlo, “mama” Antuca con los cabellos blancos y rostro arrugado por el tiempo transcurrido, pidió un plato para mí y me lo dio; estuvimos largo rato en la casa de los mayordomos. Cuando el sol parecía desfallecer emitiendo sus últimos rayos a la tierra de pronto el cielo frente mío se tornaba de color naranja, ahí estaba la pradera de los celajes, lúcida ante mis ojos, pereciera que ella también se despedía de mí y en un abrir y cerrar de ojos me pareció que ya todo Andahuaylas sabía de mi partida, talvez otros reían , otros acompañaban mi sufrimiento, pero eso ya no importaba tenía el pasaje en manos y ya no podía dar marcha atrás; esa noche sería la última que pasaría bajo el calor de mi hogar, cuantas vivencias que ni siquiera me di cuenta, pero ahí estaba costada al lado de mi hermana Gabi. Esa noche llovió tan fuerte , truenos y rayos me despedían, mi madre hacia la señal de la cruz para que no pasara nada como presagiando que algo ocurriría, sólo oraba para que no me apartara para siempre de mi familia y par que ellos no me olvidaran; fue una noche corta copada de bulla de bombardas y cuetecillos de la fiesta, la noche serena y a la vez tan agitada, mi calle Andrés Avelino Cáceres oscura y solitaria, de vez en cuando se oía unos reclamos que se perdían entre el viento eran algunos beodos que retornaban a eso de las dos de la madrugada a sus hogares. El sueño me invadió y me mente se puso en blanco para llegar al seis de enero, día central del Niño Jesús de Reyes de San Jerónimo, mamá nos llevó nuevamente a la casa de Doña Isabel, a eso del medio día, cuando entramos la gente degustaba de un seco de cordero para luego pasar a lo que yo llamo “lo mas rico” la lechonada tradicional por el día central dela fiesta.
A dos cuartos de donde yo me encontraba se veía el altar que se había hecho para el Niño pidiendo bendición para sus familiares, fue cuando mamá con un empujón me animó a entrar donde permanecía la imagen con inseguridad caminé lentamente, paso, tras otro paso llegué a la puerta y mientras ingresaba al lugar de pronto sentí un enorme bulto que me aprisionó hacia un rincón de ella y al voltear vi a una mujer voluptuosa de cara redonda y ojos salientes, era mama Antuca que de un codazo hiso que retrocediera, pero esto no impidió que llegara al altar; al ingresar vi a la gente arrodillarse y en quechua pedían bendiciones, las mamitas se quitaban el sombrero y hacían la señal de la cruz como signo de devoción, me ubiqué al costado del Niño, me persigné , junté las manos y oré pidiendo por mi familia y por viaje para que sea exitoso. Me paré y agarré los restos de vela y pude construir con ella una pequeña bolita de cera la guardé en el bolsillo como signo de promesa de luchar y recordar para siempre aquel seis de enero pues esa tarde partía rumbo a la ciudad de Ayacucho, en cierto modo faltaba la celebración a las tres de la tarde llegaron los compromisos: Cuadrillas de negrillos, Huaylillas, los Marianitos con su cazador y una gran escopeta negra de madera en las manos, no faltaron los Incachas, aquellos hombrecillos con mascaras de lana y las huaracas entre los dedos; las llamitas del día anterior listas con sus cargas de retama y por supuesto con sus banderitas, todos ellos recorrerían las calles de San Jerónimo desde el Totoral hasta la plaza central, unos hombres enmascarados conocidos como “caporales” se distinguen de todos por sus sobreros con una especie de plumas en la cabeza montados en caballos de paso encabezaban el tradicional pasacalle, le seguían los ya mencionados grupos sin olvidarme de los danzantes de tijera; delante de ellos se encontraban los alferados con una sonrisa dibujada en sus rostros con una banderola en la mano que decía “NIÑO JESÚS DE REYES 2007 ” y sus respectivos nombres, todo ello se animó con la banda que hacía bulla para jalar más gente de la que ya había.
Llegando a la plaza la gente había rodeado el lugar para espectar la entrada, se podía ver comerciantes ya instalados: Salchipaperas, picoroneras, y en la multitud se veían unos globos coloridos, algodones de azúcar, cerveza, y tantas cosas más que acompañaban la fiesta patronal, de hecho yo seguía cada paso y siempre atenta porque sería el último de mis días allí. En cada esquina de la plaza se ubicaban los caporales y leían a viva voz la carta de invitación de los intendentes, la gente reía y gozaba contagiados de ese sentimiento de identificación y amor a su tierra. Eran las cinco de la tarde y retorné a casa para yo no volver, cogí mi maleta una casaca roja y fui a la agencia para embarcarme a una tierra extraña para mí, puesto que nunca la había visto, gente que yo no conocía; sólo un par de horas me quedaban para despedirme, llegué a la agencia en un silencio profundo, antes de salir de casa la observé para no olvidarla y gravar en mi memoria su ubicación y cada uno de sus detalles, abracé muy fuerte a mis hermanos , subieron mis equipajes a la bodega puse el pie en el carro, mi madre delante mío y al mirar fuera de ella unas manos hacían señal de despedida, partí una noche fría cuando la gente festejaba a su Niñito de Reyes, tras los cerros pude ver Andahuaylas y poco apoco se iba perdiendo frente a mis ojos; la bulla de la fiesta se iba agudizando y quedó atrás al igual que Andahuaylas.